El ruido y la furia by William Faulkner

El ruido y la furia by William Faulkner

Author:William Faulkner
Language: eng
Format: mobi
Tags: Novela norteamericana
Published: 1929-01-01T05:00:00+00:00


Seis de abril de 1928

Es lo que yo digo, que la que ha sido una zorra siempre será una zorra. Lo que yo digo, suerte tienes si lo único que te preocupa es que no haga novillos. Lo que yo digo, que ésa debería estar ahí abajo en la cocina, en lugar de en su habitación, echándose pintura en la cara y esperando a que seis negros que ni siquiera pueden levantarse de una silla sin que un plato lleno de pan con carne los sostenga en pie, le preparen el desayuno. Y Madre dice,

«Pero que las autoridades de la escuela lleguen a pensar que yo no puedo controlarla, que no puedo...».

«Bueno», digo yo, «y no puedes, ¿no? Si nunca has intentado conseguir nada de ella», digo, «¿cómo quieres comenzar a estas alturas, cuando tiene diecisiete años?».

Permaneció un momento pensativa.

«Pero hacerles pensar que... Yo ni siquiera sabía que le habían dado una nota de aviso. El otoño pasado me dijo que ya no las usaban. Y que ahora me llame por teléfono el profesor Junkin y me diga que ha vuelto a faltar otra vez, que va a tener que irse de la escuela. ¿Cómo lo hace? ¿Dónde va? Tú te pasas el día en el pueblo, tendrías que verla si está siempre por la calle».

«Sí», digo, «Si es que está siempre por la calle. Supongo que no se escapa de la escuela para hacer lo que se puede hacer en público», digo.

«¿Qué quieres decir?», dice.

«No quiero decir nada», digo. «Sólo he contestado a tu pregunta». Entonces volvió a echarse a llorar, diciendo que su propia carne y su propia sangre se levantaban de la tumba para maldecirla.

«Tú me has preguntado», digo.

«No me refiero a ti», dice. «Eres el único que no me reprochas nada».

«Claro», digo, «nunca me ha dado tiempo. Nunca he tenido tiempo de ir a Harvard como Quentin o de beber hasta matarme como Padre. Yo tenía que trabajar. Pero, naturalmente, si quieres que me dedique a seguirla y a ver qué hace, puedo dejar la tienda y buscarme un empleo para trabajar por las noches. Entonces podré vigilarla durante el día y tú puedes utilizar a Ben para el turno de noche».

«Ya sé que sólo te causo problemas y que soy un estorbo», dice llorando, recostada en el cojín.

«Ya debería saberlo», digo. «Llevas treinta años diciéndome lo mismo. Hasta Ben debería saberlo ya. ¿Quieres que la diga algo al respecto?».

«¿Crees que serviría de algo?», dice.

«No si apareces tú para interferir en lo que yo me ponga a hacer», digo. «Si quieres que yo la controle, dilo y mantente al margen. Siempre que lo intento, metes las narices y ella se ríe de nosotros».

«Recuerda que es de tu misma sangre y de tu misma carne», dice.

«Claro», digo «precisamente en eso estaba pensando —en la carne. Y también en un poco de sangre, si me saliera con la mía. Cuando la gente se comporta como los negros, sean quienes sean, lo único que que se puede hacer es tratarla como a los negros».



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